Junkie Culture

el viaje del mago

A veces, en la casita de la playa, vienen a mi mente viejos recuerdos... Siento la brisa golpeándome suavemente en la cara, mientras algún ave murmura a lo lejos en busca de comida surcando con su vuelo retazos de mi memoria. Las notas de una vieja guitarra, casi imperceptibles, varean por entre las ramas de los árboles, y entre gotas de lluvia clara, miel y caricias, añoro hoy aquellos besos.


En la casita de la playa, donde yacen inertes las ilusiones, arropadas por el hogar de especias ahumadas y colores vivos, pienso y pienso en ti, en el letargo de un crisol verde azulado con briznas de leña vieja, grano, polvo y paja. ¡Qué lejos, aquellos días, donde tu sonrisa y la mía se fundían por mor de encantos y sutiles embrujos! ¡Cuán lejos quedas ya de mí, triste y sombría!

Ahora, de nuevo frente al mar preñado de espuma -¡mío, totalmente mío!-, te me apareces desnuda, con la cara agrietada de espejos rotos y de autoengaño. La boquita cerrada sangrante de escarnio y de hermosura, que un día fue tierna y ponzoñosa, a manos llenas. Y el seno desgajado, con la vida que chorrea esputo blanco de libar tu antigua lozanía. ¡Qué pena, tanto odio y el reproche de tus manos que se alejaron del abrazo consumido entre los muros de Stanford! Sopor avergonzado por tener tu imagen idolatrada, para caer en el olvido.

Es triste tener que contemplarte desde lejos y conformarse con lo opaco de tu mirada, corazón envenenado; es verte y sentir un escalofrío en la punta de los dedos, casi poder tocarte y volver a sentir la traición y el desengaño. ¡Qué rabia y qué asco el sinsabor del poso desmembrado y regusto amargo de tu recuerdo! ¡Ojalá algún día encuentre a mi alma gemela y cada vez que piense en ella no vea tu cara ni tus manos! Porque empezaré a pensar que ni ella misma se dio cuenta de que la quería tanto.

En la casita de la playa, escribo, leo y te extraño...

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