Si no teníamos bastante con que el agua es un bien escaso y hay que racionar -y racionalizar- moderadamente su consumo, nos llega ahora la posibilidad de que el sector hostelero, y esto incluye a bares, cafeterías, restaurantes, etc. nos cobre por el líquido elemento así servido en forma de jarra, vaso o similar.
Muy propio de España, ¡sí señor! Aunque me parezca un disparate ridículo y miserable, bien es cierto que no podemos escatimar en gastos, a tenor de la precariedad laboral y salarial que impera en numerosos sectores -si no en todos-, y que la factura del agua es uno de ellos, junto con la electricidad y el mantenimiento del local. Pero el usuario medio, aquel que no puede pagar un café a diario, ni permitirse un menú por más de 8 euros, o tomarse una caña por casi 3, tampoco llega holgadamente a fin de mes y, para un vaso de agua que añada a su consumición, que encima se la cobren ¡del grifo y calentita! Vamos, anda...
Luego está el ciudadano gorrón y sin escrúpulos que piensa que un bar es la fuente del berro y tiene licencia para no pagar un euro en absoluto, a pesar de su inexplicable sed y su amor a no tocar el grifo de casa... Y, además, la ancianita que sufre una bajada de tensión, el deportista que hace una parada para recobrar el aliento, el chiquillo que apenas reúne unas monedas para chucherías, y así un largo etcétera. Pero estos últimos tienen derecho a un vaso de agua.

Seamos serios. Del uso, nace el abuso. Del hecho puntual, socorrido, educado y cortés, no cabe la menor duda de su falta de intencionalidad. Igual ocurre con la utilización de los aseos y del dicho: donde comen dos... Pues eso. Estamos pagando por un servicio que se presta al cliente, un servicio que incluye la mesa donde nos apoyamos, la banqueta en la que nos sentamos, el mantel, el cubierto y la servilleta... No más. El agua que no se sirve embotellada no es sujeto de transacción comercial, es sujeto de la costumbre y la cortesía teniendo en cuenta lo anterior.
¿Qué pasa con aquellos clientes que no toman un refresco o un vino para acompañar sus comidas? ¿No tienen el mismo derecho a pedir una jarra de agua? En la mayoría de los restaurantes, el agua que preside la mesa de los comensales se incluye en la carta y no procede del grifo: es de marca y viene en botella. Hay que ser consciente de ello si es lo que nos apetece beber. Pero esto es España y es lo que hay. ¡Cuánto deberíamos aprender de otros países, de otras culturas -y cuánto desechar de las mismas, por cierto-! Solo nos falta que nos graven el agua con otro impuesto...
Dos cosas que conviene tener presente, y con ello termino: si el servicio es bueno, independientemente de que éste incluya o no el agua, merece la pena su precio. Si es deficiente, como ocurre en muchos establecimientos, ni siquiera la propina. ¿Para qué pagar más por lo mismo si tenemos acceso a productos de primera necesidad que cuestan infinitamente menos en un comercio? ¿Por el mero hecho de consumirlos fuera de casa, por el hecho de socializar? A Dios lo que es de Dios, y al César... Uno de los detalles que más me llamó la atención durante mi estancia en Estados Unidos es la posibilidad de llevarte a casa aquello con lo que tu apetito inicial no ha podido, o bien no ha tenido tiempo de degustar. Incluso puedes pedir un tupper con toda normalidad, si no ha sido el mismo camarero quien se ha adelantado con el ofrecimiento. Tú lo pagas, tuyo es.
Mientras, en España, ni se te ocurra pedir un recipiente para llevarte a casa lo que has pagado de tu bolsillo; te mirarán mal, pensarán que eres un muerto de hambre o un rastrero. ¿A dónde van las sobras?
Los suspiros son aire y van al aire.
Las lágrimas son agua y van al mar.
Cuando un jamón se muere, ¿sabes tú a dónde va?
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